Estaba sentada en el banco de una plaza leyendo, como era habitual las tarde de verano que no trabajaba, cuando de repente vislumbre su figura, el sol iluminaba su rostro bello, aquellos ojos miel de mirada penetrante voltearon a observarme, una sonrisa perfecta emitieron sus labios y un leve hola le escuche pronunciar. Fue en ese momento cuando aquel hombre me cautivo.
Ya era de noche cuando emprendí el camino de regreso a casa, de repente en una esquina oscura, me topo con aquel hombre. Sin emitir palabra alguna, con una de sus manos rodeando mi cintura y con la otra apoyada sobre mi mejilla, comenzó a besarme desaforadamente.
Su manos suavemente recorría cada centímetro de mi cuerpo, su boca mordía mis labios y su lengua delicadamente recorría mi cuello. Sentía como mi piel se iba erizando completamente, mi corazón comenzaba a latir cada vez mas fuerte, mi ritmo cardiaco se aceleraba constantemente, y poco a poco el calor se convertía en excitación.
Ese día llevaba puesto una pollera paisana blanca y una remera al cuerpo negra, sin sostén, era mi atuendo favorito. Sus manos delicadamente comenzaron a meterse bajo mi ropa, acariciaron mis pechos, subió mi remera y saboreo muy suavemente mis senos. Mi pollera lentamente comenzaba a subirse, mientras su tacto temeroso rozaba mi entrepierna, acercándose así a mis partes mas intimas. En ese preciso momento saque su remera y observe su dorso desnudo, fue allí cuando afloraron mis instintos mas bajos, comencé besándole el cuello, subiendo hacia su oreja y luego fui deslizándome juguetonamente hacia abajo. Bese su dorso apasionadamente, rodé su ombligo con mi lengua, no sabía lo que hacia, solo como una fiera salvaje actuaba instintivamente.
Sin pensar en mi accionar, baje el cierre de su pantalón, el jean desplomó sobre el suelo dejando al descubierto aquel bóxer gris prominentemente relleno, que mantenía oculto aquel excepcional miembro eréctil y rígido que tanto deseaba besar.
Saboreo mis pezones, como quien saborea un helado un día sofocante de verano, mi piel se erizaba constantemente. Sus manos ardientes, se deslizaban por mi entrepierna. La yema de esos dedos en fuego casi sin tocarme acariciaban mi centro de placer, poco a poco me iba derritiendo de tanta excitación. Podía sentir como mi vagina se iba mojando, como cada gota de sudor recorría cada centímetro de mi cuerpo, como aquel desconocido me estaba haciendo suya sin siquiera poner objeción, como solo sus manos me hacían deleitar de placer.
Apoyándome contra la pared, levanto mi pierna derecha haciendo que rodee su cintura, sus besos se hacían cada ves mas apasionado. Mi corazón palpitaba desenfrenadamente, sentía que me iba a explotar en cualquier momento. Su monumental miembro, con la mayor delicadeza, comenzó a introducirse lánguidamente en mi interior, cada minúsculo y lento movimiento en mis adentro producía que mi cuerpo se contrajera como nunca, que un escalofrió constate recorría cada entrañas de mi ser, y mi mente murió por una fracción de segundo. Con nuestros cuerpos entrelazados fuimos unos sin saberlo. No sabíamos donde comenzaba uno y donde terminaba otro, solo podíamos sentir como el éxtasis de placer recorría cada milésima de nuestras entrañas. Sin fuerza alguna acabo la excitación, con uno beso apasionado sellamos nuestra despedida, cada uno emprendió su camino sin mirar hacia atrás. Al llegar a mi casa, me acosté desnuda, mi cuerpo aun sentía el calor de aquel desconocido. Tiempo después llega mi marido, se recuesta sobre mí, intenta besarme, le esquivo la cara, quería conservar el sabor de esos besos apasionados que me había dado ese hombre de mirada intensa.
Como era habitual cada mañana me levante temprano y prepare el desayuno. Mientras desayunábamos mi esposo pregunta.
-¿Dónde estuviste anoche?
- No me lo vas a creer, estaba sentada en la plaza cuando me encuentro a Laura, mi amiga de la escuela, ¿te acuerdas de ella?; bueno como hacia mucho que no nos veíamos decidimos ir a cenar juntas para ponernos al día. Trate de llamarte pero me decía que el teléfono estaba fuera de servicio.- dije
- huy hace tanto que yo tampoco veo a Laura, deberíamos invitarla a cenar un día de estos. En cuanto al celular se me había quedado si batería así que por eso no te pudiste comunicar.- dijo él poniendo cara nostálgica mientras lavaba los trastos del desayuno.
Ambos salimos a trabajar, una vez fuera de casa al despedirnos, él me da un beso apasionado y me susurra al oído.
- ¡A que jugamos esta noche!.